
Desde finales de 1926 y durante casi todo el año 1927, Yehudi Menuhin y su familia vivieron una etapa de aprendizaje, tanto musical como de la vida misma, marcada por un viaje a Europa que iba a dejar una profunda huella en la existencia profesional y personal del Maestro.
Cerrando el año 1926, el mundo vivía inmerso en los felices años 20, una época de optimismo, de alegría inusitada que sucedía a la Gran Guerra y que precedía al horror nazi que en pocos años se asomaría por la ventana de Europa.
Sin embargo, para 1926, todo el oscuro porvenir que asolaría al Viejo Continente y al mundo en menos de una década, parecía lejano. A finales de ese año, Yehudi Menuhin y su familia se embarcaron en un trayecto transatlántico que les iba a poner en Europa, en París concretamente. Allí, en la Ciudad de la Luz, un Yehudi todavía muy niño, con 10 años de edad, iba a conocer nuevos mundos, nuevas culturas, nuevas formas de ver y de trabajar la música. Iba, en definitiva, a abrazar un continente europeo, en una unión que ya perviviría hasta el resto de sus días.
Si quieres adquirir la obra original en inglés, accede aquí.
Todo aquel viaje, desmenuzado de una manera precisa y conmovedora, lo podemos encontrar en el capítulo IV de su obra ‘Viaje Inacabado’, algunos de cuyos capítulos previos ya hemos compartido aquí.
Te puede interesar
- Yehudi Menuhin y la importancia de ser un niño
- Yehudi Menuhin: la forja de un prodigio
- Yehudi Menuhin: el niño que quería ser Louis Persinger
- El Maestro Yehudi tampoco se estaba quieto: su ‘Viaje Inacabado’, una autobiografía cuyas partes empezamos a compartir
En ‘Hacia el Este, de vuelta a casa’, que puedes leer íntegro aquí, Yehudi detalla cómo fueron sus primeras horas en París — y lo asombrado que se quedó por el diferente ruido nocturno, comparado por ejemplo con San Francisco — su infructuoso encuentro en Bruselas con el violinista Eugène Ysaÿe, cita que le hizo entender que necesitaba en cierta medida seguir su propio camino, o su encuentro, exitoso, en París con Eugene Enescu, compositor rumano que influyó de forma decisiva en el desarrollo de Yehudi Menuhin.
“El objetivo esencial de Enescu fue el de transportarme en la ola de su concepción de la música. Seguí escuchando su voz incluso muchos años más tarde, a veces en forma de palabras, la mayoría de ellas en forma de músicas, dándome consejos sobre lo que estaba tocando, y a medida que fui creciendo en experiencia aquellos consejos que traía a mi memoria fueron ganando en validez”, señala Yehudi en ‘Hacia el Este, de vuelta a casa’, sobre el poso casi eterno que el compositor rumano dejó en su ser.
Es durante esos mes de 1927, de vida en Europa, cuando Yehudi imparte un par de exitosos conciertos en París, donde sueña, por momentos, con irse a Rumanía y componer allí hasta el resto de sus días, o donde conoce a través del Oriente Express ciudades como Viena o Budapest.
Yehudi disfrutó de una experiencia fundamental en su vida en aquellos meses europeos. Los vivió en y con la familia, lo que estrechó más todavía, si eso era posible, los lazos con sus propios familiares.
Todo tiene su final y en el otoño de 1927, un telegrama desde Estados Unidos invitaba a Yehudi Menuhin — quien fue recibido hasta por periodistas a su regreso de Europa — a participar en una serie de conciertos. El mito se empezaba a formar. El Maestro seguía su camino, ya con Europa para siempre en su vida. Y ese impacto que el Viejo Continente creó en él influyó decisivamente en su obra humana. Yehudi siempre tuvo muy presente a Europa, como mejor muestra quizá dejó el Programa MUS-E. Y el camino posiblemente de ese amor se iniciara allá por 1927.