European Forum of Music, Berna, 2014
Por Enrique Barón Crespo
Presidente de la Fundación Yehudi Menuhin España
La sinfonía es considerada como la forma suprema de creación musical. Es de imaginar mi sorpresa cuando al llegar al Parlamento Europeo, escuché a los colegas griegos hablar de sinfonía y armonía en sus discursos políticos. Cuando los españoles oímos hablar en griego, tenemos la sensación de que alguien nos habla en nuestro idioma pero sin que lo entendamos, excepto palabras como sinfonía, armonía, crisis o caos. La razón es que nuestra fonética, la música del lenguaje, del griego y el español es casi la misma. Muchos griegos me han hablado de su experiencia invertida.
El hecho es que sinfonía, palabra derivada del griego, que significa “acuerdo” es un concepto clave tanto en política como en música. Y sinfonía requiere armonía. La cuestión que surge de esta reflexión es saber en qué sentido se usó primero ¿En el político o en el musical?
Esta pregunta tiene una respuesta europea: la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Es el himno no oficial de la Unión Europea, degradado tras ser consagrado en el fallido Tratado Constitucional. A pesar de ello, cuando la Oda a la Alegría sonó en el Mosterio dos Jerónimos en la solemne ceremonia de firma del Tratado de Lisboa, los líderes de la UE se pusieron en pie y presentaron al unísono sus respetos a la bandera y el himno.
Para comprender el sentido del Himno, la historia contiene útiles enseñanzas. El poema original de Schiller de 1785 se denominaba Ode an die Freiheit, Oda a la Libertad y la palabra Alegría (Freude en vez de Freiheit) fue un medio para evadir la censura. En la naciente época revolucionaria, los estudiantes alemanes lo cantaban con la música de La Marsellesa. Paradoja de cantar la alegría en una canción concebida para animar a la lucha contra el enemigo. Destino parecido al del Vai pensiero de Verdi, donde el coro de los judíos esclavos que encubría la protesta contra el ocupante austríaco se convirtió en un himno universal a la esperanza.
Música y política han ido de la mano desde el origen de las civilizaciones. Y no se trata solo de un privilegio europeo. La puesta en escena simbólica del Poder en civilizaciones tan distintas y distantes como el Egipto faraónico, el México azteca o la China imperial tuvo siempre un trasfondo musical. Ahora bien, el objetivo de la música no fue siempre armónico: Josué derribó la muralla de Jericó con los sacerdotes soplando sus cuernos de carnero, Nerón tocó la lira mientras contemplaba como Roma ardía hasta los cimientos.
Política y música tienen en común la búsqueda de armonía y orden a través de la creación. Ambos procesos se generan de modo similar: su origen es la desarmonía, un caos no estructurado que puede llevar a algo armónico si se ordena correctamente. El ejemplo mejor es una orquesta antes de empezar el ensayo con su mezcla desafinada de instrumentos hasta la entrada en acción del director. La diferencia básica es que la armonía en música se consigue a partir de un guión escrito, la partitura. En política, partiendo de un mundo hobbesiano de anarquía y conflicto, la referencia es el programa sin ensayo previo. A menudo se escribe el guión mientras se interpreta la pieza. Seguir la historia política a través de la música recreando la atmósfera en la que los acontecimientos políticos se produjeron es una fascinante experiencia.
La cuestión clave es que para ser músico se requiere un largo aprendizaje, con dedicación y disciplina. En política, carisma, oportunismo y fortuna juegan un mayor papel. Sin embargo, interpretar música es una responsabilidad compartida como lo es implementar políticas beneficiosas y equilibradas.
En mi caso personal, a pesar de ser un melómano apasionado, mi cultura musical de tiempos escolares fue muy pobre, como correspondía a la pedagogía franquista. Mi oportunidad más amplia de combinar música y política ha sido la participación en el programa MUS-E® iniciado hace veinte años precisamente aquí en Berna por el gran violinista y humanista Yehudi Menuhin y mi buen amigo, el cello Werner Schmitt. Yehudi era americano de nacimiento, europeo de opción, ciudadano del mundo y luchador comprometido por la libertad toda su vida. Fue uno de los fundadores del Consejo Internacional de la Música, tocó en el Concierto de San Francisco en 1945 para celebrar la creación de las Naciones Unidas y en el de París de 1948 con motivo del nacimiento de la UNESCO y la Declaración Universal de Derechos Humanos. Las dos sinfonías políticas más bellas de la Humanidad en el triste y breve siglo XX, del que podemos inspirarnos a pesar de todo.
En la International Yehudi Menuhin Foundation (IYMF), nuestro objetivo primordial es continuar el trabajo iniciado por el Maestro para mejorar la formación de la infancia llevando las artes a la escuela desde la más temprana edad. El programa MUS-E® promueve los intercambios artísticos, anima la expresión y representación de las identidades culturales (en especial de las más amenazadas), organizando conciertos y eventos en el espíritu de su humanismo. La IYMF coordina actualmente el programa en 13 países (10 de la UE, Suiza, Liechtenstein e Israel) con más de 1000 artistas trabajando con 60.000 niños en 450 escuelas primarias. En 20 años, más de un millón de niños han vivido la experiencia MUS-E, desarrollando en palabras de Menuhin “su propia autoestima, su conciencia en el sentido más amplio. El diálogo del artista consigo mismo es un constante trabajo de ajuste, corrección, reequilibrio de elementos dentro de sí mismo”.
Esta es la razón por la que los griegos clásicos consideraban las artes tan importantes para la educación, la “paideia”. Hoy, la progresiva desaparición de las artes y las humanidades en la escuela es uno de los aspectos más preocupantes de los programas educativos en muchos países. La creación artística no es una vía de escapismo frente a la realidad sino un componente fundamental de una buena educación de ciudadanos responsables, constituyendo uno de los instrumentos más valiosos para comprender y transformar la realidad de manera fructífera. En este sentido, la orquesta West Eastern Divan, la valerosa iniciativa de Daniel Barenboim y Edward Said reuniendo a jóvenes músicos árabes, judíos y europeos en Andalucía en verano para ensayar y realizar después giras es un ejemplo de paz y reconciliación en la tierra en que convivieron las tres culturas.
En el caso de la Unión Europea, la cultura no figuró como pilar fundamental en el inicio del proceso de construcción de la Europa unida a pesar de ser objeto de una de las tres comisiones del Congreso del Movimiento Europeo de la Haya de 1948, presidida por Salvador de Madariaga. Hay una famosa cita muy mentada de Jean Monnet sobre la cultura: “si hubiera que comenzar de nuevo, lo haría por la cultura“. Parece ser que la cita es apócrifa, lo cual no significa que esté equivocada. Y en el fondo, lo que hizo con otros padres fundadores fue cultural en el sentido de transformar una cultura profundamente arraigada de de nacionalismo, dominio y guerra en una de valores comunes y destino compartido. Este fue y sigue siendo el aliento que anima todo el proceso.
Por cierto, tanto Monnet como Menuhin tenían lazos muy estrechos con Suiza. Muchos de los proyectos europeos de ambos los crearon caminando por senderos de sus montañas.
Como Presidente del Parlamento Europeo trabajé para introducir la ciudadanía europea además de la moneda única en el Tratado de Maastricht como pilares fundamentales que permitieran dar el paso de la Comunidad a la Unión Europea. La cultura entró en el paquete como “La Comunidad contribuirá al desarrollo de una educación de calidad y… al florecimiento de las culturas de los Estados miembros”. A partir de esta base, trabajé muy activamente con Yehudi Menuhin para que la cultura ocupara un lugar más destacado en los Tratados y se desarrollaran políticas culturales europeas. Otro paso importante fue incluir la cultura por la Convención en el Tratado Constitucional. Dicho texto figura en el artículo 3º del Tratado de Lisboa que considera como objetivo que “La Unión respetará la riqueza de su diversidad cultural y lingüística y velará por la conservación y el desarrollo del patrimonio cultural europeo“.
Un paso significativo, pero insuficiente. La cultura no trata sólo de construir Museos o Auditorios. A lo largo y lo ancho de la UE, 500 millones de personas viven su vida cotidiana con arte y música. Cantan en coros, tocan o bailan en grupos folclóricos, orquestas de aficionados o bandas de rock. Desde una pequeña aldea a una gran capital, es impensable una fiesta sin música o sin músicos. Debemos transformar este potencial en una fuerza activa de búsqueda de la armonía.
Nuestro activo más importante es disponer por primera vez en nuestra historia de principios compartidos y valores comunes. El Tratado de Lisboa lo expresa en su articulo 1º: “El presente Tratado constituye una nueva etapa en el proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, en la cual las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima a los ciudadanos que sea posible” y el Artículo 2º: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”. Mi buen amigo Werner lo define como un cuarteto coral, que define una sociedad equilibrada. Hemos conseguido la partitura de la sinfonía. Ahora, tenemos que interpretarla.
Desgraciadamente, el debate público en los últimos años se ha centrado de modo casi exclusivo en la adoración del dinero, no en construir una sociedad más humana y equilibrada desde principios éticos. Ya lo profetizó Keynes, un apasionado del arte. Nos hemos dedicado a salvar el capitalismo de casino responsable del desencadenamiento de la crisis con actividades que han roto la solidaridad y la igualdad entre los europeos. Hemos vuelto la espalda a una Unión que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2012 por haber traído paz y democracia al continente tras siglos de guerras intestinas. Como Kafka describió acertadamente, era la máscara de la máquina infernal fuera del alcance de la ciudadanía.
La cultura no es un adorno, es un sector clave en toda economía desarrollada y justa. Es de apreciar que en este foro haya un panel sobre el TTIP, el nuevo acrónimo sobre las negociaciones comerciales en curso entre la UE y los EE.UU., un tema relevante para ambos socios y para los artistas. Los derechos de propiedad intelectual y de copia son cuestiones muy importantes para los músicos cuyo mayor desafío existencial es sobrevivir y adaptarse al mundo de internet, que no debe ser el fin de las reglas que protegen la creación cultural. No podemos aceptar un futuro dominado por robots tocando en un gigantesco karaoke toda la creación musical de la historia sin seres humanos creando e interpretando.
Los ciudadanos europeos acaban de expresar en las elecciones europeas su indignación y en su mayoría, su aspiración de que el proceso europeo siga construyendo una Europa más unida. La subida espectacular de fuerzas populistas en algunos países revela sentimientos encontrados de temor e ilusoria vuelta a un pasado imaginario en que cada uno acaba tocando en su propia esquina sintiéndose víctima. Afortunadamente, la opinión mayoritaria de tres cuartas partes del electorado sigue estando comprometida con la causa de la Sinfonía europea. Su mensaje clave es como reforzar la confianza y la solidaridad, transformando el recelo al vecino en una fuerza positiva para la democracia europea. A Yehudi Menuhin le gustaba utilizar el ejemplo de las artes marciales, como la capoeira brasileña, para explicar cómo se puede canalizar la violencia hacia la responsabilidad compartida a través del arte.
En la misma línea, me gustaría dirigirme a nuestros anfitriones suizos. En primer lugar, para agradecerles su cálida hospitalidad. Además, para expresarles nuestro sentimiento de frustración en la UE en relación con nuestra relación actual con Suiza. No podemos aceptar erigir barreras entre nosotros cuando defendemos los mismos valores democráticos y los demás europeos estamos siguiendo el camino federal de la “Confederatio Helvetica”, que está exactamente en el centro de Europa, en nuestro corazón.
Por todas estas razones es tan importante el mensaje de la música. En el mismo reside el valor añadido de este Foro Europeo de la Música y de todas las redes que podamos crear. Esta es la experiencia de MUS-E, nacido en Berna y presente hoy en día en la UE. Un siglo después del comienzo de la Gran Guerra, podemos expresar nuestro acuerdo con Yehudi Menuhin cuando afirmaba que “no puede haber un arte auténtico bajo las bombas, el hambre o la tortura“. Nuestra misión y responsabilidad compartida es trabajar juntos para unir música y política de modo sinfónico. Nuestras mejores sinfonías serán sin duda, una Europa Unida y un mundo democrático.