Yehudi Menuhin y la importancia de ser un niño

Yehudi se crió en los Estados Unidos de los felices años 20, una época muy diferente, por demasiadas razones, a la que vivimos ahora. Sin embargo, algo siempre será lo mismo, suceda en la época en la que suceda. Y ese algo es la importancia de ser un niño. Yehudi Menuhin lo fue. Fue un niño prodigio, que se forjó entre la admiración a figuras como Lou Persinger y el desarrollo precoz de unas cualidades innatas para la música y para el violín.

Hace unas semanas recogíamos las narraciones de Yehudi sobre sus primeros años, reflejadas en ‘Un Chevrolet y un violín pequeño’, uno de los capítulos iniciales de su obra autobiográfica Unfinished Journey.

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Ahora, abordamos las primeras líneas del tercer capítulo de ese Viaje Inacabado, titulado ‘La vida en familia’, donde el Maestro enfoca cómo veía el mundo desde su prismas de niño, cómo lo interpretaba, qué pasaba por su mente superdotada.

Creo que los niños se enfrentan a la conciencia más fácilmente que los adultos. Todavía cercano a su punto de partida y suficientemente despierto para maravillarse, un niño puede abstraerse de las circunstancias de cada día y adentrarse en la realidad previa al nacimiento”, recoge Yehudi sobre esos primeros diez años de su existencia.

Mente privilegiada para la música y en particular para el violín, Yehudi admite que su yo niño “deseaba fervientemente tocar el violín y con mi interpretación poder expresar alegría y añoranza. Y no es menos verdad que también era capaz de mostrar intensos sentimientos, intereses, preocupaciones o afrentas, dependiendo de las circunstancias”.

Un niño no puede dejar de ser un niño

La década de los años 20 del siglo XX casi nada tiene que ver a los tiempos en los que vivimos, aunque tristemente podamos encontrar algún punto en común entre la Gripe Española que asoló el mundo hace 100 años y la pandemia provocada por el coronavirus que ahora tiene en vilo a la Tierra.

Pero allá y aquí, entonces ahora, sí hay ese denominador común del niño que no ha dejar de ser niño, en 1920 y en 2020. Yehudi lo fue y reivindicaba la necesidad y la importancia de serlo. “A pesar de estar protegidos, como niños que éramos, de la infección casual de otras formas de vida, sabíamos sin embargo, a pesar de estar separados varios niveles de la realidad, que las disputas, los problemas y las injusticias eran rasgos del mundo exterior”.

“A pesar de estar protegidos, como niños que éramos, de la infección casual de otras formas de vida, sabíamos sin embargo, a pesar de estar separados varios niveles de la realidad, que las disputas, los problemas y las injusticias eran rasgos del mundo exterior”

Un mundo exterior turbulento en el pasado y en el presente. Y donde debemos preservar que los niños y las niñas sigan siendo eso, pequeños seres vivos que vivan la vida que les corresponde a su edad. Una vida justa, escolarizada, trabajada a través de las Artes. Yehudi solo fue un día a la escuela, a los cinco años, y el perjuicio que le trajo fue perder la sociabilización con otros niños. “Fuimos educados en casa. ¿Qué perdimos a cambio? Obviamente perdimos la relación con otros niños”.

No obstante, desde muy pronto pudo establecer una fluida relación con su entorno casero, donde se subraya sus vivencias con su hermana Hephzibah, quien “debía de tener dos o tres años, y yo seis o siete, cuando empezó a ser posible entre nosotros una extensa comunicación”.

Al final, por una circunstancia u otra, se reproducen modelos, situaciones. Yehudi se educó en casa y se potenció la comunicación con sus seres cercanos. Tristemente, por el coronavirus, nuestros niños y niñas han visto cómo el curso pasado se cerraba a distancia, desde sus hogares. Otros tiempos, otras razones, pero saquemos la misma esencia positiva: Yehudi también fue niño y como muchos pequeños/as han hecho en los últimos meses, potenció en la educación en su hogar los lazos familiares.

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