Después de compartir extractos de los dos primeros capítulos del libreo de Yehudi Menuhin “Viaje Inacabado”, toca adentrarnos hoy en conocer, someramente, el primer acercamiento al tercer capítulo titulado:
LA VIDA EN FAMILIA
Aba siempre sabía qué hacer a la hora de canalizar sus energías y pasiones. Además de su responsabilidad a tiempo completo para ganarse el sustento, siempre estaban las causas de justicia y progreso que daban ocupación a su compasión y sentido a su existencia. Sin embargo, su implicación en el mundo nunca había estado demasiado segura de sus objetivos. Una vez me dijo que durante su niñez en Jerusalén a menudo se sentía perplejo por la lucha que daba lugar a las creaciones, humanas o animales, siempre en actividad desde el nacimiento hasta la muerte, y solía preguntar a su abuelo de qué trataba todo aquello. ¿Podría ser que las convicciones fanáticamente aceptadas son sólo a veces el relleno de ese vacío que únicamente el ser humano entre todos los animales se crea con su insistente cuestionamiento de Dios y del objetivo último? Imagino que ese tipo de desconcierto debe de ser muy común en la infancia ya que yo mismo experimenté algo parecido en bastantes ocasiones. Hubo un momento de mi noveno o décimo año de vida que resume todos los demás. Estaba sentado, solo, en nuestro coche en una calle que iba desde el Parque del Golden Gate al Templo Emmanuel, esperando a que Hephzibah tomara sus clases de piano. De repente todo lo que me rodeaba me pareció disparatado. Mientras veía a la gente caminar en línea recta con aquella vehemencia, me resultó tan difícil asignar médula y peso a sus motivos como entender el sentimiento de las hormigas en un hormiguero. No fue un ataque de esnobismo, ya que mi propia vida me parecía tan absurda como la de los demás, y de hecho mi propio ilogismo era el quid de la cuestión
Tan curioso era existir como observar nuestra propia existencia. Algunas condiciones eran necesarias: debía estar solo, debía existir un error en la rutina y se tenía que parar el tiempo. Entonces sucedía, como si se hubiese girado un interruptor, y sentía como si me metieran otra marcha, distinta a la del resto de la humanidad, que me separaba del resto de la especie humana, cuyos brincos miraba con ojos incomprensivos. Posteriormente el mundo volvía de nuevo a su ritmo normal. Me vencía el problema de acomodar las palabras a aquella extraordinaria sensación, y aquel desapego momentáneo permanecía en las corrientes submarinas de mi mente hasta que, cumplidas nuevamente las condiciones, me volvía a sorprender.
Todos los visionarios parecen estar de acuerdo en que la aprehensión a la realidad es engañosa, siendo la ciencia, que demuestra que todo lo que es sólido está lleno de agujeros, que todo lo inerte está vivo y con movimiento, la que da cuerpo a esta afirmación visionaria. Puede ser que la meditación no sea otra cosa que el cultivo de la conciencia más allá de lo observable, un repliegue al estado general o metafísico previo a lo particular y lo físico; si pudiésemos evolucionar técnicas que nos permitiesen someter lo particular a lo general, entonces volveríamos enriquecidos por haber podido convertir esto en aquello y tender un puente sobre un golfo, desde la base del entendimiento. Creo que los niños se enfrentan a la conciencia más fácilmente que los adultos. Todavía cercano a su punto de partida y suficientemente despierto para maravillarse, un niño puede abstraerse de las circunstancias de cada día y adentrarse en la realidad previa al nacimiento, ya sea con su memoria genética o su inconsciente colectivo, que es la que guarda su yo esencial; y necesariamente, desde esta terrenal analogía de la perspectiva de la eternidad, observa un mundo desenfocado.
Me pregunto si en la vida del niño no se produce un tremendo cambio, ya sea antes o después de nacer, de objeto a sujeto, de ser empujado a la existencia a convertirse en el que empuja, sobreviviendo a su propia voluntad. Si realmente se da ese cambio, uno necesita tiempo para ajustarse a él. Si hubiese sido una persona hambrienta y sin hogar, imagino que las razones básicas de mi existencia se habrían absorbido rápidamente, pero, con todas las necesidades satisfechas durante mi niñez, las razones tenían que sobrevivir a través de otros, subliminado en la interpretación de Bach y formando un criterio de lo correcto y equivocado; y en esta incertidumbre entre la realidad y la fantasía, era muy sencillo no captar la idea. Se puede pensar que una temprana dedicación a la música ya es un propósito suficiente para una vida. Es verdad, deseaba fervientemente tocar el violín y con mi interpretación poder expresar alegría y añoranza. Y no es menos verdad que también era capaz de mostrar intensos sentimientos, intereses, preocupaciones o afrentas, dependiendo de las circunstancias. Sin embargo sentía una y otra vez que mi vida era tan egoísta como irracional. ¿Cómo puede uno hacer compatible la consecución de una estricta determinación personal con el objetivo a largo plazo de la deidad o del revelador destino del universo? ¿Qué puede importar que uno lo hiciera bien o mal, tocara ésta o aquella música, viviera o muriera? durante muchos años me pregunté si sería capaz de desarrollar algún tipo de entusiasmo por sobrevivir o por cualquier gran actividad que rellenase el tiempo así ganado, e incluso hoy, cuando la importancia del detalle ya no se me escapa, cuando las hormigas, que corretean con sus propias pequeñas preocupaciones, llevan a sus espaldas el equilibrio de la ecología, todavía me sorprendo a mí mismo involucrándome en algo – la longitud de una nota, la enseñanza de instrumentos de cuerda, la conveniencia de coches eléctricos – y entonces me retiro en un estado de confusión momentánea para poder hacer un análisis más sosegado.
Por lo que recuerdo, nunca me hice eco de las dudas nihilistas que parecían desafiar el modo de vida de mi familia, de hecho nuestras vidas. Esto puede parecer extraño ya que mi necesidad de una rectitud moral reflejaba los propios ideales de mis padres. ¿Pero qué chico es tan articulado o indefenso como para poner al descubierto las sombras y confusas profundidades de su alma? Creo que muy pocos. La parte de nuestra vida que presentamos es la parte respetable, sana a los ojos del público; las recomendaciones que podrían sabotearlo todo, incluida nuestra propia seguridad, permanecen sumergidas. Es más, ya que creía más en la música que en las palabras, había elegido un medio de expresión que no sólo se preocupaba de casi todas las necesidades, sino que además encontraba en la propia soledad diaria del violinista mi principal motivo de confianza. A fin de cuentas nuestra vida era tan ordenada que por sí misma era un argumento contra las decepciones de la anarquía.